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ORÍGENES DE LA IGLESIA DE LA EXALTACIÓN DE LA SANTA CRUZ
De ningún templo de Zaragoza se afirmó con más lujo de pormenores la antigüedad constantiniana atribuida a esta interesante iglesia, que, conservando su antiguo carácter defilial de La Seo, es una de las seis parroquias no bautismales que encierra el casco de la ciudad. El lábaro que la decora es, para los inventores de portentosas noticias, prueba tangible de un origen que se pierde en las nieblas de la primitiva cristiandad; para ellos, no se puede menos que coincidir la erección del modesto santuario con el hallazgo del sagrado madero por Santa Elena, madre del primero de los emperadores cristianos, suceso prodigioso que ilustró los comienzos del siglo IV y movió al Obispo Clemente a honrar su sede cesaraugustana edificando esta basílica, que intituló de Santa Cruz. Así lo escribe Fray Lamberto de Zaragoza en la vida del referido Obispo (“Teatro Histórico”, tomo II, mfo. 8 0) y aún llega a más el benemérito Don Tomás Fermín de Leizaún, que supone erigido el devoto santuario sobre las ruinas del Foro de Octavio Augusto.
Pero es el caso que ni el alcance que se pretende, ni es indudable la existencia del Obispo Clemente, que no figura en el catálogo del doctísimo Don Antonio Agustín y que el maestro Risco tiene por simple presbítero, bastando estas indicaciones para que no salga bien parada la afirmación de Fr. Lamberto, tomada en fuentes de harto dudosa autenticidad.
Hasta muy entrado el siglo XIII no hay o, cuando menos, no es conocida, escritura alguna en que se mencione la iglesia de la Santa Cruz, que no figura en los privilegios y donaciones hechos en la anterior centuria, a raíz del recobro de Zaragoza, pero como la existencia de la parroquia es indudable en dicho siglo XIII, en que se instituyeron en ella el beneficio de Juan Jasa, el de Ramón de la Cerosafundado en 1276 y el del Justicia Mayor Juan Gil Tarín, fallecido en 1290, y, como la insignia del lábaro tiene que ser anterior a la propagación del arte germánico, que suprimió ese símbolo de la piedad antigua, deducimos por consecuencia que la erección del templo no puede ser más moderna que de comienzos del siglo XIII, hacia cuyo primer tercio, y en pleno reinado de Jaime el Conquistador, se extendió por Aragón la arquitectura ojival,.
Y como el año 1212 principió a celebrarse en España la fiesta de El Triunfo de la Santa Cruz, a consecuencia de la insigne batalla de Las Navas de Tolosa, siendo Zaragoza una de las ciudades que más se distinguieron en estos regocijos promovidos por el Obispo D. Ramón de Castropol, que acompañó a Pedro el Católico en aquella victoriosa jornada, como cuida Fr. Lamberto de avisarnos en la biografía del referido obispo, de aquí que, aumentándose más y más los indicios, crezca en nuestro ánimo la convicción de que en fecha tan famosa y motivada, en triunfo tan esclarecido, se originase la fundación del histórico santuario.
Y todavía viene en auxilio de esta opinión, dando al traste con las quimeras y fantasías de Lezaún y de Fr.Lamberto, el hecho que el cuadro de D. Ramón Bayeu, que suple la falta de retablo mayor, representa justamente el insigne triunfo de Las Navas, sin que sirva de contrario argumento el de que la pintura sea moderna, pues seguro que al hacerse la renovación de la iglesia no se habrá efectuado variación alguna en la esencia del más trascendental y característico de sus altares.
El templo primitivo fue ampliado y renovado en 1599 a expensas y devoción de los marqueses de Osera, señores de la casa antigüa. En 1768, la pequeña iglesia, cortada por el patrón común de casi todas las de Zaragoza, pareció mezquina al Capítulo y parroquianos, que pensaron en reconstruirla, siendo promotor de los trabajos el beneficiario Don Tiburcio de Valdés, que interesó la devoción del vecindario y más eficazmente la liberalidad de la ilustre dama Doña María Ana de Urriés y Pignatelli, marquesa de Estepa, sin cuyos cuantiosos donativos no hubiera podido realizarse el pensamiento de la renovación. Comenzó la demolición del edificio antiguo en dicho año 1768; dieron la traza para el nuevo los arquitectos Don Julián Yarza y Don Agustín Sanz (Ponz, Tomo XV de su viaje, carta segunda, número 25), y se concluyó felizmente la fábrica en 1780, celebrándose desde el 8 al 11 de octubre las solemnes fiestas de la bendición y traslación del Sto. Sacramento, ocupando la sagrada cátedra el famoso orador franciscano Fr. Manuel Espinosa (V. Latassa, en “Espinosa”).
Advertida la época de renovación y conocidos los nombres de los arquitectos, que fueron dos de los más aventajados discípulos e imitadores de Don Ventura Rodríguez, no hay que añadir que la parroquial de Santa Cruz es un pequeño pero gentil modelo del templo neoclásico, con su unidad sostenida por la igualdad titánica y niveladora, que sometiendo a plantilla hasta los menores detalles, proscribe todas las libertades del genio.
Su fachada del orden compuesto es sencilla e insignificante; en su interior, presenta la forma de cruz griega con decoración de cornisas y pilastras coríntias, ventanas en forma de concha como las del templo del Pilar, y hermosa cúpula peraltada en el crucero de las dos naves principales. Encargáronse los hermanos Bayeu del ornato pictórico, siendo marcadamente de mano de Francisco el agradable fresco del cascarón o cupulino, que representa la Santísima Trinidad, pero los evangelistas y ángeles que se ven en las pechinas de la media naranja y platillos de las naves secundarias son de menos hábil artista, y obra probable del cartujo Fr. Manuel Bayeu.
Tiene, pues, la iglesia de Santa Cruz el mérito de ser una página selecta de la historia artística zaragozana en la segunda mitad del siglo XVIII, época de restauración clásica que embelleció la metrópolis de Aragón con edificaciones tan importantes como la Santa Capilla de Ntra.Sra.del Pilar y su cuadro, la fachada de La Seo, la del palacio arzobispal, el templo de las Madres de la Enseñanza la gran casa de la Misericordia, la portada principal de San Pablo y la graciosa iglesia de Torrero; embeleso de los puristas de la escuela de Pons. El altar mayor, aislado y con el coro a la espalda, no tiene más que la mesa y el tabernáculo de sencilla factura, guardado por dos ángeles mancebos, que llevan en las manos los símbolos eucarísticos y son obras excelsas del escultor Don Joaquín Arali. No habiendo retablo mayor, fue forzoso suplir su falta adornando el ábside o testero con sendos lienzos de pinturas, alusivos al Triunfo e Invención de la Santa Cruz. El primero, es cuadro de gran tamaño en el que Don Ramón Bayeu representó la batalla de las Navas de Tolosa, con las cualidades de su peculiar estilo; la composición es agradable y de correcto dibujo, pero pálida, poco vigorosa de color y llena de anacronismos de indumentaria, que el artista desconocía, hasta el punto de vestir a sus personajes medio a la romana y medio a la moda del siglo XVI, con no pocos detalles de actualidad. El segundo lienzo, que llena el luneto del muro por encima de la cornisa, es una buena pintura de José Luzán Martínez, que representa el hallazgo de la Cruz del Redentor por Santa Elena.
De lo alto de la bóveda del presbiterio, pende todavía el estandarte que se hizo para la traslación del Santísimo Sacramento desde la iglesia provisional al nuevo templo.
Además del altar mayor tiene la iglesia otros ocho particulares, tres a cada lado y dos a los pies flanqueando el pórtico. Todos estos altares, vaciados en el mismo molde por decirlo así, contienen, excepción hecha del dedicado al Santo Cristo, un cuadro de pintura entre dos columnas corintias que sustentan el cornisamiento, rematando a lo alto con los blasones de los fundadores, presentado por ángeles tenantes muy lindos y no poco parecidos a los que hizo Don Carlos de Salas para las capillas del cuadro de Ntra.Sra. del Pilar .
Estos altares recorren el circuito del templo desde el Evangelio a la Epístola en el orden siguiente:
1º.- Altar de Santa Rosalía. Tiene los blasones de Andrés Ustarroz y no vale mucho el cuadro de la titular.
2º.- De Ntra.Sra. del Pilar, con las armas de la marquesa de Estepa, Dña. María Ana de Urriés y Pignatelli. El cuadro es copia convencional de la imagen de la Virgen, entre los dos grandes ángeles de plata, tal como se venera en la hornacina de la Santa Capilla, y debe ser de mano de Fr. Manuel Bayeu, a juzgar por las analogías que tiene con una estampo dibujada por dicho religioso y grabada por Don Mariano Latassa en 1798.
3º.- De San Victorián Abad, de la misma forma que los anteriores, pero no de madera como ellos y sí de jaspe excelente; perteneció a la cofradía de su título, extinguida en 1805, y el cuadro del santo, a juzgar por el estilo, debe ser de Don Juan Andrés Merklein.
4º.- De los Santos Voto y Félix. Propio de los Srs. Marqueses de Ayerbe. La pintura principal, que representa a los legendarios caballeros zaragozanos encontrando el cadáver del venerable Juan de Atares, ni es de gran mérito ni presumimos quien pudo ser su autor; otra tela a lo largo del basamento, en que figura la elección de Garci-Ximénez , primero en la problemática soberanía de Sobrarbe, ofrece la curiosidad de ser imitación del famoso cuadro de La Escuela de Athenas, del gran Rafael.
5º.- De Santa Águeda. El cuadro de la mártir, aunque tal vez peque de exceso de naturalismo, es de buen color y no mal dibujo.
6º.- De San Miguel Arcángel. Pertenece a la noble familia de los Franco de Villalva y el cuadro es buena copia del que se venera en la iglesia de los Capuchinos, de Roma, de mano del célebre Guido Reni, en la capilla que los Francos poseían en el antiguo templo donde fue sepultado el sabio jurisconsulto, insigne literato y, en sus postrimerías, sacerdote Don Diego Franco de Villalva, que falleció a cuatro de enero de 1749.
7º.- De San Gregorio el Magno. Propiedad de los Condes de Atarés, señores de la casa histórica llamada de la Virgen del Rosario, que ya en el siglo XIII era treudera · al Capítulo de Santa Cruz por las fundaciones de Juana de Jass. El cuadro, que representa al Santo rechazando la tiara pontificia, es pintura estimable de Don José de Luzán. Fundaron esta capilla en el antiguo templo los ejecutores testamentarios de Don Pedro Marcial Francés de Urrutigoiti, el año 1636.
8º.- Del Santo Cristo.- Pertenece a la iglesia, sirve de comulgatorio y es el único del templo que tiene efigie de escultura.
El antiguo Capítulo de Santa Cruz, compuesto del Rector y Ventidos capitulares, de origen tan remoto que había tres beneficios fundados en el siglo XIII, nueve en el XIV, tres en el XV, seis en el XVI y solo uno en el XVII, que es el más moderno, experimentó reforma radical durante el gobierno de Godoy, que redujo la corporación a doce beneficiados, incluso el párroco, en virtud de la Real Célula de 25 de junio de 1806. La provisión de estos beneficios corresponde en su mayor parte a los rectores y lumineros, habiendo muy pocos de patronato particular, aunque todavía quedan los Ariños y Tarines, que proveen respectivamente a los marqueses de Oseray a los de Camarasa. Pero la importancia de esta corporación eclesiástica, plantel fecundo de prelados insignes, se refleja bien en la pequeña sacristía, cuyos muros decora una interesante colección de abades, obispos y arzobispos, que fueron esclarecidos capitulares, conteniendo los siguientes:
1º.- Retrato del famoso Don Martín Carrillo, zaragozano, catedrático, rector de la Universidad y director de su fábrica, historiador insigne, canónigo de La Seo después de haber sido beneficiado de Santa Cruz, vicario general de los ilustrísimos arzobispos Borja y Gregorio, que falleció siendo abad mitrado de la Real Casa de Montearagón, en 1630.
2º.- Del reverendísimo Don Diego de Monreal, zaragozano, colegial mayor y rector del colegio de Oviedo en la Universidad de Salamanca, beneficiado de Santa Cruz, magistral de Orense, canónigo de La Seo, obispo de Jaca y después de Huesca, fallecido en 1606.
3º.- Del reverendísimo Don Pedro Apaolaza y Ramírez, natural de Moyuela, rector de Santa Cruz, abad de San Victorián, obispo de Barbastro, Albarracín y Teruel, insigne protector de la Universidad y arzobispo de Zaragoza, en cuya dignidad murió el año 1643.
4º.- Del reverendísimo Don Pedro Antón, zaragozano, beneficiado de Santa Cruz en 1604, que murió siendo obispo de Mérida.
5º.- Del ilustrísimo Don Juan Francisco Guillén, catedrático de la Universidad, rector de Santa Cruz, vicario y después canónigo de La Seo, arcediano de Aliaga, obispo de Canarias en 1740 y arzobispo de Burgos, donde falleció en 1757.
6º.- Del ilustrísimo Don Antonio Jorge y Galván, zaragozano, beneficiado de Santa Cruz, rector de la Universidad y predicador insigne, obispo de Zamora y arzobispo de Granada, fallecido en 1787.
Además de estos retratos hay un cuadro curiosísimo, aunque de escaso mérito, que representa a la marquesa de Estepa entregando al presbítero Valdés el generoso donativo destinado a la renovación del templo.
No guarda la Iglesia de Santa Cruz ninguno de esos antiguos ejemplares de orfebrería que hemos admirado en otras parroquias, pero es digna de aprecio su hermosa cruz procesional de gusto plateresco y de artífice desconocido, y no debe admitirse la memoria de su excelente portapaz, que contiene un antiguo y buen esmalte de fin del siglo XV o principios del XVI, que representa a San Gerónimo (sic) en el yermo, encerrado en una capillita moderna que lleva la marca del platero que signaba sus trabajos con la palabra S….. (ilegible)
Tomado en Enero de 2002, de hoja de multicopista de:
ESTUDIOS HISTÓRICOS Y ARTÍSTICOS DE ZARAGOZA
Por Don Mariano de La Sala-Nadás
Prólogo y notas del Ilmo.Sr.D. Mariano de Pano y Zurita.
Zaragoza, Imprenta del Hospicio Provincial
1933